Por José Alberto Oliveira Prendes, Catedrático de Producción Vegetal del Dpto. Biología de Organismos y Sistemas de la Universidad de Oviedo (Escuela Politécnica de Mieres)

La productividad de los sistemas agrícolas (producción vegetal por unidad de superficie y tiempo) se apoya en cuatro pilares: clima, suelo, cultivos y técnicas o manejo de cultivos (laboreo, siembra, fertilización, etc.).

Los sistemas actuales de producción de forraje necesitan ser más sostenibles mediante: el incremento de la productividad y los ingresos de los ganaderos, el aumento de la resiliencia o capacidad de adaptación a sucesos de clima extremo y variabilidad climática, el incremento de  la eficiencia en el uso de  la energía, reduciendo la emisión de gases de efecto invernadero y aumentando el secuestro de CO2 atmosférico (mitigación), de conformidad con los objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas (FAO, 2015) y de la Política Agraria Común de la Unión Europea.

Desde el punto de vista agrícola, el suelo es más que un soporte y una reserva de agua y nutrientes para las plantas. Es un sistema vivo con interacciones complejas entre los minerales, organismos vivos, agua, plantas y aire. El término “salud del suelo” indica la capacidad del suelo para proporcionar una productividad agrícola y unos servicios ecosistémicos (secuestro de carbono, biodiversidad, reciclaje de nutrientes, etc.) de una manera sostenible. Esto se consigue cuando hay un adecuado equilibrio entre todos los componentes del suelo.

La adopción de ciertas prácticas sostenibles como: el uso eficiente de fertilizantes (¿Qué voy a aplicar?, ¿Cuánto voy a aplicar?, ¿Cuándo lo voy a aplicar?, ¿Dónde lo voy a aplicar?), la reducción en el laboreo, manteniendo un mayor porcentaje de suelo cubierto con residuos de los cultivos, la utilización de cultivos de cobertera (cultivos destinados a mantener el suelo cubierto que en algunos caso no son aprovechados como forraje para el ganado sino que se entierran para fertilizar el suelo para el cultivo siguiente) y la diversidad de cultivos forrajeros en las rotaciones (por ejemplo la siembra de una pradera en rotación de 2-3 años con el maíz, aporta mayores producciones, menores costes y mayores beneficios ambientales respecto al cultivo del maíz todos  los años en la misma parcela, como lo indican investigaciones realizadas en el SERIDA por Pedrol y Martínez en 2005), mejoran la salud del suelo, aumentando el contenido de carbono en el suelo, la cantidad y actividad de los organismos vivos, la capacidad de retención de agua, la protección contra la erosión y un uso más eficiente de los nutrientes, las cuales también pueden ayudar a que los agricultores y ganaderos se adapten mejor al cambio climático.

En un trabajo financiado por la Universidad de Oviedo y publicado en la revista “Agricultura” en enero de 2020, realizamos un estudio de la salud del suelo en cuatro fincas de la zona costera central asturiana. En cada una de las fincas seleccionadas, los propietarios tienen alguna parcela dedicada a prado (suelo considerado más natural y con mejor estado de salud con el que comparar) y a la rotación forrajera anual: raigrás italiano-maíz forrajero desde hace más de cinco años. En las fincas, el trabajo de campo se llevó a cabo una vez cosechado el maíz forrajero en el otoño de 2018, antes de comenzar las labores del suelo previas a la siembra del raigrás italiano. Los análisis para determinar la salud del suelo, incluyen determinaciones que se hacen fácilmente en las propias parcelas (determinación de organismos visibles como lombrices, arañas, etc., abundancia de raíces, coloración del suelo y compactación e infiltración de agua en el suelo). Otras determinaciones como la abundancia y actividad de los microorganismos así como su diversidad funcional y genética se realizaron en el laboratorio.

No se observaron diferencias significativas entre los prados y la rotación forrajera en los valores de los diferentes indicadores físico-químicos del suelo (análisis habitual de fertilidad del suelo). En el caso de la rotación forrajera, los ganaderos suelen aplicar estiércol o purín antes del cultivo del maíz y además después de la recolección del maíz queda en el terreno el rastrojoantes de la siembra del raigrás italiano que se incorpora al suelo mediante labores superficiales.  El cultivo del raigrás italiano tiene un doble papel como cultivo de cobertera (protección contra la erosión del suelo, captación del exceso de nitrógeno del cultivo de maíz e incorporación de materia orgánica procedente de su rastrojo antes de la siembra del maíz) y como forraje en la alimentación del ganado.

En cuanto a los indicadores biológicos del suelo, la diversidad de organismos (hormigas, lombrices, ciempiés, etc.), abundancia y actividad microbiana presentaron diferencias significativas entre los prados y la rotación forrajera, siendo los valores más altos en los suelos de los prados. Estos resultados, probablemente fueron debidos al mayor número de laboreos y al aporte de plaguicidas (sobre todo herbicidas e insecticidas) potencialmente tóxicos para los organismos visibles y comunidades microbianas en el cultivo del maíz.

La Comisión Europea propone llevar a cabo “una misión” en el área de ‘Salud del Suelo y Alimentos’ como parte del próximo programa de investigación ‘Horizonte Europa’ (2021-2027). Además de crear conciencia sobre la importancia de los suelos para la producción de alimentos y otros servicios/funciones importantes, aportará conocimientos y soluciones para una gestión más sostenible de los suelos.