Cuando la jubilación obliga a echar el cierre

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Aunque se mira al futuro con esperanza son muchas las ganaderías que año a año echan el cierre. Es el caso de José Benjamín Rodríguez Alonso, de Valloria (Salas), que a su jubilación el próximo octubre tendrá que vender casi medio centenar de frisonas entre las que tiene en producción, secas y recría. “Voy a sentir muchísimo cerrar, los que tenemos vacas vivimos muy arraigados a la tierra y después de los palos que hemos sufrido, siempre resistimos”, afirma. Aunque ya le queda poco tiempo en activo aún no se ha planteado la venta de los animales. Prefiere esperar hasta la fecha de jubilación, y valora dejar “alguna rubia”, porque está del trabajo diario y cree que es mejor no parar y mantener alguna actividad, “no me planteo qué voy a hacer hasta que llegue porque lo voy a pasar muy mal”.

Siempre le gustó la ganadería y siguió los pasos de sus padres, Marino y Nieves, que vivían con seis vacas. “Hoy ha cambiado todo, recuerdo el pueblo sin carretera, no había televisión, ni nevera, ni teléfono, tan solo un transistor. De aquella aún se sembraba trigo y escanda para amasar el pan y con la matanza de dos ‘gochos’ se pasaba el año, comiendo pote de berzas a diario y garbanzos el día de la matanza. Era economía de supervivencia, se vendía la leche y algún ternero, no se pasaba hambre pero sí ganas de cosas…”, rememora. Todo fue evolucionando y hace ya 27 años que construyeron la nave para los animales y llegó el ordeño directo, la maquinaria que facilita los trabajos “y siempre se fue mejorando”. Aunque algo le tocó segar hierba a guadaña con su padre “hoy cuando hago rollos de silo, ni me bajo del tractor, el trabajo ha cambiado muchísimo”.

Las vacas de Benjamín salen al pasto y duermen fuera salvo cuando hace mal tiempo, sólo entran en la cuadra para el ordeño. Entrega la leche a Danone y según el control lechero la media de producción anual en lactaciones de 305 días es de entre 8.500 y 9.000 litros.

En estos años de trabajo vivió todo tipo de situaciones y “los altibajos en los precios de la leche te castigaban cuando al hacer inversiones tenías que pagar un crédito”. Reconoce que tuvo mayores complicaciones “cuando pagaban la leche por debajo de costes de producción, llegaba un momento que no sacabas para pagar la seguridad social, de hecho tras hacer la nave, la mujer tuvo que salir a trabajar fuera porque no se llegaba, había cuatro críos pequeños e imposible”. Siempre fue tirando para adelante, “unas veces con más dinero otras con menos, pero para comer siempre hubo”. Con Danone, aunque “no cobramos un precio exagerado de la leche, cuando hay grandes subidas no lo suben, pero cuando hay grandes bajadas, tampoco lo bajan, da más seguridad, sobre todo si tienes inversiones”.

El problema de Valloria es el común a la mayoría de pueblos asturianos. Antiguamente en todas las casas había vacas, “ahora quedamos dos de leche y otras dos con unas pocas ‘rubias’, vienen ganaderos de otros pueblos para trabajar las fincas y depender menos de Castilla”. Ve mal futuro para el que quiera empezar de cero en la ganadería, de hecho, lo ve “imposible”, cree que “hay que intentar que los que están puedan seguir”.

No ve muy rentable que venga gente de la ciudad a los pueblos, por el coste de los desplazamientos al trabajo. Y además, por experiencia, nos cuenta que “una huerta no la tiene cualquiera, requiere tener conocimientos, no es llegar, plantar tomates y recogerlos”. Él se siente satisfecho de haber dedicado su vida a la ganadería, a pesar de “estar renegado y los problemas que siempre surgen”.

Ve muy positivo todo lo que los ganaderos se van modernizando, dice que parece que la gente del campo “tenemos mucho dinero pero no es nuestro, lo que cobras de la leche ya tiene destino (la cooperativa, la luz, el veterinario…) y si cubriste gastos estas muy contento”. La jubilación es otro tema, cuando llega el momento “te planteas si serás capaz de vivir con la pensión que te queda, pero si lo piensas, hay meses que no me queda esa cantidad libre con las vacas”.

Con dos nietos, uno de cinco años y otro recién nacido, José Benjamín afronta la jubilación con resignación pese al panorama del sector y además ve un futuro incierto para los que quedan: “los pueblos se mueren y no hay solución”.