El éxodo rural también tiene un camino de vuelta. Personas que tras dejar el pueblo en busca de un futuro laboral, deciden regresar para vivir de la tierra, como sus padres y abuelos, retomando la tradición agraria, e incorporando los saberes adquiridos muy lejos, la innovación y la tecnología. Es el caso de Pablo Álvarez, quien después de 15 años trabajando en diversos países (Inglaterra, Francia Venezuela…) en el sector del montaje, volvió a Yerbo, un pequeño pueblo de Tineo, en el Cuarto de los Valles, para formar una familia y dedicarse al cultivo de fabas de la granja y verdinas. Ya ha recogido su quinta cosecha, y poco a poco, ha ido aumentando la producción, añadiendo nuevas tierras, construyendo un secadero, e invirtiendo en mejoras para hacer el trabajo más sencillo y obtener una mayor rentabilidad.

“Cuando era un crío, en casa ya plantaban fabas. Poca cantidad, unos 400 o 500 kilos por temporada. Recuerdo ayudar en las labores del campo. Mis padres sabían mucho de las fabas, porque se dedicaron a ello durante 35 años. Hasta que volví yo y tomé el relevo”. Pablo tenía pensando regresar en algún momento, para cuidar de sus padres. Cuando conoció a su pareja, se reafirmó en su decisión. “Yo sabía que si volvía, era para cultivar fabas. Esta zona, Navelgas, y algunos valles cercanos, como Bárcena o Paredes, tienen muy buenas tierras, y la faba que dan es de mucha calidad. Tenemos un gran producto y la oportunidad de aprovecharlo”. Invirtió sus ahorros en maquinaria y en la construcción del secadero, limpió las tierras, las riega con agua del río cercano, y ahora, con la concentración parcelaria, aspira a llegar algún día a recoger seis toneladas, “dos por hectárea”. Este año recogió poco más de 3.000 kilos, por algunos problemas con los hongos. Aplicó sus conocimientos para construir una desgranadora, y está trabajando en otra, “para que saque las fabas limpias, directas al saco”. Por ahora cuenta con 19.000 metros dedicados a faba blanca, ‘de la granja’, además de las verdinas. Obtiene un precio medio de 10 euros por kilo, “cuando mi padre las llegó a vender a 2.000 pesetas. Todo se encarece, menos el producto de la tierra, que baja, por la importación, y la subida de la producción”. Ahorra en mano de obra (solo tiene la ayuda de una persona para la recogida y las labores más duras), y estima que, para vivir, necesita conseguir una producción media de 4.000 kilos al año.

Ya son cinco cosechas, y Pablo ha aprendido (con el consejo de sus padres) a elegir el momento adecuado para cada parte del cultivo. “En abril preparo la tierra y adelanto todo lo que puedo, y sobre el 10 de mayo sembramos, en función de las heladas”. Hace un poco de semillero, las limpia, estira las redes, acaba de entutorar, las riega, las mima, y en septiembre está muy pendiente de los hongos (no sulfata, para evitar mayores problemas a la larga y cuidar las fincas). Luego llega la recogida,  y ahora las tiene secando.

Con su marca propia, ‘Casa Gómez’, vende por Internet a toda España -Mallorca, Málaga, Badalona…- y de forma directa, y compite en el mercado con la calidad de sus fabas. “Es difícil vender alimentación on-line, aunque hoy mando el pedido y mañana está la casa del cliente”. Los excedentes los pone en manos de intermediarios.  “Es un proceso muy lento, pero la marca propia es la única forma de diferenciarte y conseguir unos precios dignos”. Está acogido a la IGP Faba de Asturias, pero apunta que aún se podría hacer más. “Si todos fuéramos más honestos, y si los clientes exigieran faba de Asturias, también en los restaurantes, nos iría mejor. La faba IGP es más cara, pero por lo menos certifica que no son alubias cultivadas en Bolivia”. “Legislar es muy difícil, pero pequeñas medidas, apostando por la IGP sería muy beneficioso, y nos echarían una mano a los productores”. También produce semilla certificada, para una cooperativa de Gijón. “Se puede vivir de esto. Aquí tengo limitaciones porque el terreno es escaso y no tengo suficientes fincas. Si tuviera aquí una parcela llana de tres hectáreas, sería feliz”. Por otra parte, valora la calidad de vida, la tranquilidad del pueblo, y el hecho de contribuir a la economía local, y fijar población en el campo, aunque en su opinión, “en cada aldea quedarán viviendo una o dos familias, la gente busca otras cosas”. Pablo, que con 14 años se fue interno a la Universidad Laboral de Gijón, que después estudió Empresariales para hacerse contable, y que trabajó en montajes antes de volver a reciclarse como agricultor, vio mucho mundo, “pero se vive mejor aquí, aunque los jóvenes tienen otra visión del pueblo. Yo no me arrepiento de volver, porque las cosas buenas compensan a las malas, que también las hay”, como la incertidumbre de la producción agrícola, siempre pendiente del tiempo, de las heladas, de las plagas… No se plantea pasar a ecológico, ya que no tiene fincas suficientes para rotar los cultivos, y los productos para luchar contra los hongos, son más limitados. “El riesgo sería muy elevado”.  Otra alternativa sería impulsar una marca de calidad de la faba de la zona, y promocionarla en una feria anual, “que podría celebrarse en Navelgas. Todo lo que signifique dar vida y llevar actividad a los pueblos, es positivo”.