Hoy en día, no es fácil optar por el campo como lugar de residencia, alternativa para desarrollarse como persona en todos los sentidos; pero más difícil es aún encontrar a hombres y mujeres que decidan escoger la agricultura como profesión. Por todos es conocido que se trata de un trabajo entregado, con ausencia de horarios y soportando condiciones climatológicas adversas, poco reconocido y peor remunerado, especialmente en los últimos tiempos. Sin embargo, hay personas que han decidido dedicar su vida a la labranza de sus tierras, bien por iniciativa propia o por recoger el testigo de sus padres, y que se sienten satisfechos, o al menos conformes, de la decisión tomada.

Es el caso de Pilar Vega, natural de Gijón, que hace unos 20 años dejó su trabajo en una gran empresa para conciliar vida laboral y familiar. Comienza su relato recordando a sus padres, que también se ocupaban del campo “y decidí seguir con ello. Antes trabajaba en una multinacional y no me compensaba dejar a mis hijos en poder de otras personas”, detalla, y afirma que fue “una buena decisión, además les inculqué, ahora de 18 y 20 años, las labores del campo. Me ayudan mucho, y les gusta”. Para empezar, adquirió un terreno de 5 hectáreas, Caserío Jumillave, y se puso a faenar.

Hoy por hoy, las casi 40 hectáreas que tiene en la localidad gijonesa de Serín, en las que también pastan más de 40 vacas roxas, siembra fabas, tomates cherry, guisantes, cebollas, escanda, sin olvidar frutas como el kiwi, manzana o limones, entre demás variedad.“Tengo de todo, dependiendo de la temporada, no en mucha cantidad pero si un poco de cada, lo que yo pueda gestionar y comercializar”, apunta. Todo ello cultivado de manera tradicional, “como lo hacían mis padres y mis abuelos”, no usa químicos, abona con “el cucho de mis vacas y riego con agua de mi manantial”, confiesa, ya que, sin duda, en estos componentes radica la calidad de su género y, por consiguiente, de su éxito. Su producto estrella: el maíz, que muele en su propio molino, y en especial, el maíz para palomitas al que dedica algo más de 1.000 metros de terreno. Ella misma distribuye su cosecha, está presente en mercados como Agropec y Agrosiero, y su excedente, esta innovadora, bajo la firma ´Desfaciendo Maíz´, lo consume en los diversos talleres que imparte en ferias y colegios mostrando a los más pequeños las labores de antaño. cómo se desgrana maíz, su transformación de grano a harina, o se mallan las fabas… con aperos de labranza antiguos. En definitiva, cómo se brega la materia prima, que en la actualidad no está al alcance de todos, especialmente en las ciudades. En una ocasión, durante una de sus exposiciones “los niños creían que las fabas salían de una máquina”, explica.

Un trabajo “esclavo”

Rosana Sienra, ahora con 38 años, se crió recogiendo tomates, cebollín, guisantes, higos, avellanas… con sus padres y ya ellos, con los suyos. Lo suyo es la tierra, aunque admite que “me gusta, pero es muy duro. Corres muchos riesgos. Se dedican muchas horas. Es un trabajo muy esclavo y eso pasa factura”. Recuerda su inicio en el laboreo, tiempos muy arduos en los que toda tarea se hacía a mano. “Ayudaba a mi padre a recoger cerezas. Él me enseñó. Se levantaba a las 6 de la mañana y estaba todo el día colgado de los árboles”. Esto ha evolucionado por la aparición de maquinaria aunque sigue siendo desagradecido, sin fines de semana ni jornada laboral establecida. “Te ayuda pero no mejora las condiciones laborales”, insiste.

Y los ingresos; “los precios están muy bajos, y la gente ya no compra cantidad, va a cadenas más baratas”. Lo peor, “cuando no hay venta, no hay ingresos y los gastos son los mismos. Ahora con la crisis se vende menos”. A pesar de estas contrariedades realza lo positivo de trabajar para sí mismo. Antes lo hacía por cuenta ajena, pero por circunstancias familiares, en Caldones, Gijón, riega pimientos de diversas variedades, saca puerros, carga tomates o recolecta, entre gran variedad de hortaliza y fruta dependiendo de la estación, faba de granja, roxa y verdina y manzanas,  algunas de sus especialidades que, cada domingo despacha en el rastro gijonés desde que tiene uso de razón.

El puesto, heredado de su madre, Ángeles Alonso, quien además le transmitió las claves de conservación y producción de una agricultura tradicional, que destaca por la calidad de la mercancía. “Si el producto es bueno, se vende sólo. Los clientes vuelven y repiten. Vienen hasta de fuera, de Madrid, y la faba se la llevan a Londres”.