Cincuenta y nueve años de historia ribereña

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En las ciudades existe un tipo de cultura y en el medio rural otra, parece una obviedad, y aunque cada vez más todo se globaliza con la información, no debemos entender que solo es cultura la académica. La cultura va más allá de los conocimientos intelectuales o tener hábitos y costumbres ligadas a la urbe. Cultura es también reconocer y respetar otros modos de vida, de tradiciones y de valores. La pesca de río comienza mucho antes de que el pescador llegue a la ribera. Comienza incluso días atrás con la minuciosa elección y preparación del material y hasta con una especie de ensueño que confiesan experimentar algunos expertos pescadores que, antes de salir, ven la presa que van a capturar: conocen el río, lo han recorrido a fondo y han sentido la presencia del pez. Este tipo de pescadores sabe exactamente cómo pescarlo. Sorprenderá a su víctima en una de sus salidas en busca de alimento y lo esperará con la caña perfecta, el aparejo idóneo y el cebo más adecuado. Naturalmente, lo echará a tierra a la primera lanzada. Quizá sea la  ilusión previa del aficionado. Aun así, para la siguiente jornada, y aunque la anterior se hubiera ido con la cesta vacía, tendrá la misma esperanza y confianza a orillas del cauce. La tradición familiar le inculcó la pasión por la pesca: “me crie entre cañas, anzuelos y carretes”. Una pasión que heredó de su padre, Miguel Fernández, y éste de su abuelo, Ángel Menéndez, conocido como Anxélu. Miguel Ángel Fernández, natural de Mieres, se bautizó en la disciplina en 1962, con tan solo siete años de edad. Hoy, ya jubilado, practica la pesca cada día.

No lo olvida: “a mi el río siempre me atrajo. Recuerdo hasta la ropa que llevaba. Tuve que ir con katiuskas, porque de aquella, no había botas de agua para mi edad, y el anorak, que fue el primero que tuve en mi vida”. Fue en el río Aller, a su paso por el núcleo allerano de Collanzo, y acompañado de su progenitor. “La experiencia fue increíble aunque no pesqué nada y el segundo día tampoco. Pero antes de cumplir los ocho años conseguí pescar la primera trucha a cebo natural yo solo”. De hecho, aun conserva los aparejos. Tropiezos en el río, horas y horas de lluvia o frío. Las condiciones adversas y las dificultades no mermaron la capacidad de Fernández en el arte de la pesca. “De la que empecé, sólo iba los domingos. Cuando descansaba mi padre. Él presumía mucho de mi afición, era el único del colegio que pescaba”.

Transcurridos los años y mejorada la técnica, la afición se convirtió en un complemento económico. Compaginado con su formación universitario “trabajaba en una fábrica de cerámica. Con el tiempo me di cuenta de que era mucho más rentable ir al río que lo que ganaba allí. Fui semi profesional. Vendía a bares y restaurantes”. Además, en 1985 “empecé a montar y vender moscas, para particulares e incluso para un comercio de Mieres. Fue una época muy sacrificada porque llegaba de trabajar y echaba más de cuatro horas encima del torno”. Una destreza que heredó su hija, Eva. “Empezó a pescar conmigo de pequeña pero, entre los estudios y el trabajo, lo tiene un poco apartado. Tengo la fe en que vuelva, le gusta. Además, ella también sabe montar anzuelos y es muy crítica”, ríe.

Asimismo, colaboró con una prestigiosa revista del sector. En definitiva, “yo en la pesca toqué todos los palos que se pueden tocar”. Para sobresalir en la disciplina, “lo primero te tiene que gustar la naturaleza. Además, tienes que ser paciente, observador y curioso y adaptarte a los tiempos. Hoy no hay peces. Son tiempos difíciles. Si tu objetivo es pescar, pescar y pescar al final lo acabas dejando. Hay que disfrutar”.

Cantabria, Castilla y León, Galicia y, por supuesto Asturias. Se conoce cada río. “Esto es un vicio”. Pertenece a la asociación de pescadores El Maravallu que hace “una grandísima labor, que debería de hacer la Administración,” en la conversación de los cauces fluviales del municipio de Aller y su hábitat natural con labores de repoblación y limpieza, entro otras acciones. “En el momento que desaparezcamos los pescadores, se acaba el río. Porque los ecologistas no van a mirar por el”, sentencia.